Tus dedos se deslizaban suavemene creando poesia,
al mismo tiempo sentimiento y conciencia. Mis ojos se cerraban
y mis oidos se abrian aún más para dejar entrar la pasión generada
por tus manos.
No veía, sólo te sentía. De vez en cuando me animaba curiosamente
a abrir las ventanas de mi cuerpo y observar tu espalda y tu cenizo cabello
generando un reflejo del alma oculta en la prisión de tu bello cuerpo.
El cuarto se llenaba lentamente de melodía, tu y yo no eramos más que notas
de la misma composición antigüa alemana. Eramos parte de la magia emergiendo
de la música de ese piano cobrando vida con la energía de tu Ser.
Sin palabras nos comunicabamos y nos convertiamos en uno mismo,
haciamos el amor con el alma. Nuestros cuerpos no hacian falta,
tú eras yo y yo era tú. La vanalidad de la existencia y lo absurdo de los cuerpos
elevaba la importancia de lo hetereo y lo mundano, me petrificaste.
Nos convertimos en eterninad en esa habitación.
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