Las palmas de cada mano proyectan un destino cuestionable, hoy no dejo de repetirme que debo creer, en qué o en quién aún no lo se pero la fe me hace tener los pies en tierra humana. Me voy desintegrando de todo lo que fui, no lo perfecto sino aquello en lo que uno se convierte cuando toca el fondo del dolor y de la ausencia. Renacer, me sentía fuerte y capaz de hacerlo en días, meses o incluso horas, así no fue y he pagado el costo de reconstruirme.
Tener al lado a un ser humano resta años de vida pero esos pocos años seguro son de una felicidad perfecta. Así pensaba pasar mis respiraciones con ella, enfrentar los retos y volver a sumergirme en sus brazos. Todo fue una ilusión, un sueño por el cuál nunca dormí. Se va haciendo más tarde, es hora de aproximarme a ir al lugar que por ahora más detesto. El teléfono sigue sin sonar, ya no va a marcar, ya no estará aquí, ya no le pido que se quede.
Voy buscando música, mi pasatiempo para encontrar empatía a kilómetros de distancia. Ese autor logro vivir algo parecido, eso lo detesto y vuelvo a encontrarme en pánico al repetir una historia ya vivida por algún otro. Al leer suelen encontrarse villanos y seres con una saturación de inocencia, ese es un error dónde la fantasía se bebé con ansias de justificación. La mayoría de las veces ocupo el lugar del villano.
No encuentro nada suficiente ni en letras ni en melodía, ni en libro ni en audio. Me voy, de mi por un tiempo para regresar a mis estándares de normalidad. Me digo, se hace tarde.
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